AÚN NOS QUEDAN
OASIS
Todavía conserva
Barbastro esos pequeños oasis que acomodan al que los habita y al que viene de
paso, a uno en su quehacer diario, al otro en su descubrimiento de lugares y
gentes.
Oasis a los que
me gusta llamar rincones. Sí, rincones. Allí donde aparece lo extraviado, donde
el niño pequeño se esconde y crea su mundo, donde se acumula el polvo con el
paso del tiempo, donde se amontonan los recuerdos en trastos viejos de los que
cuesta desprenderse.
Si un forastero
pidiera consejo para qué visitar, me quedaría pensando en mis particulares
rincones. Recordaría la Catedral, San Francisco y su fuente, la Plaza del
Mercado y hasta la Peñeta. Pero por encima de todos éstos que aparentan ser
inmortales -y recalco: aparentan-, me vendrían al recuerdo otros oasis más
placenteros: las sensaciones. En invierno el olor a estufa de leña, cruzando el
recio Puente del Portillo cubierto por una espesa niebla entre sus barandas de
cemento. La primavera se vería envuelta por el viento, y éste crearía nuevos
sonidos azotando oliveras y carrascas y llevando consigo el sonar de los
tambores que anuncian la Semana Santa. En verano, el frescor de la sombra en un
paseo por el zigzaguear de los Tapiados e incluso la humedad del musgo y el
salpicar de sus manantiales. Y así, tantas sensaciones como días tienen las
estaciones que me gustaría compartir con ese hipotético forastero.
Pero los
sentidos están ligados a la imaginación y de esa sensibilidad cada uno sabe lo
suyo. Los sentidos despiertan a la imaginación, y ésta motiva a los anteriores.
Tan personal que es tarea difícil compartirlo. Sólo un buen escritor o un buen
contador de historias sabría hacerlo. Y nuestros mayores lo consiguen. Nos
hacen partícipes de sus vivencias, de sus peripecias en esos rincones de
Barbastro. Hasta darnos cuenta que, pese a lo fugaz de la vida, hay legados,
herencias que nos dejan para su recuerdo. Quizás no sentiremos lo que ellos,
pero nos han transmitido esos lugares ofrecidos ahora a nuestros sentidos y
nuestra imaginación.
Deberíamos
lamentarnos de perder con los años esa capacidad propia de imaginar, pero más
debería dolernos el acabar con los pequeños detalles, los rincones que mueven
el motor de los sentidos. Si bien la merma de facultades es irremediable, sí
que podemos poner los medios para evitar acabar con los lugares, rincones,
oasis o como queramos llamarlos. Y no hay excusa ni resignación sino la
capacidad de imaginar otras soluciones y así crear nuevos rincones: imaginar
soluciones no es soñar lo inalcanzable, sino poner en práctica soluciones
imaginativas.
Soluciones que
hubieran evitado acabar, por ejemplo, con la Estación del Ferrocarril
imaginando un vial en un sentido delante y otro en sentido contrario detrás de
la misma, rodeando sus escaleras de vegetación y con su elegante palmera, como
en el mejor de los oasis.
Soluciones que
se han de poner en práctica para que lo práctico no sea agrandar, alinear,
destruir, sino conservar y adaptar a nuevos usos. Soluciones para el siguiente
oasis en riesgo: los Tapiados.
Mientras unos
imaginan, donde antes pisaban las vías del tren, sendas verdes en las que
pasear tranquilamente a pie o en bicicleta, otros parece que preferimos ver
estos y otros lugares agonizar, morir. Es inaceptable ser espectadores de la
piqueta. Los Tapiados, en su agonía como mero paso de coches a los huertos o a
las fincas, reclaman que los imaginemos como una vía donde convivan motor y
paseo. Reclaman ser una vía de un solo sentido. Reclaman a nuestra imaginación
un puente desde la Cospillera al Campo San Juan para unir con un vial la
faraónica rotonda de Las Huertas de Suelves con la antigua entrada a Barbastro
bajo las Capuchinas. Unir Barrios.
Los Tapiados, en
su personificación, prefieren seguir viejos pero dignos, con esencia. Piden
seguir viendo pasear a los barbastrenses junto a la hierba de su senda y
acompañarlos hasta su huerta o a visitar a su viejo amigo el Puente de Santa
Fe, con el que querría ser recordado no por la amenaza que hoy les acecha (*),
sino para otros menesteres.
Protección en
todo caso para estos viejos amigos que nos hablan, al igual que nuestros
abuelos, de tiempos pasados. De lo que aquí hubo. Una voz que nos reconforta.
Como un oasis en el desierto.
(*) Se está
elaborando un plan urbanístico para mejorar el trazado del Camino de los
Tapiados que acabará con los muros que le dan nombre.
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En esta entrada, me permito añadir varias imágenes que hacen un recorrido visual por los Tapiados, tomadas en este último año 2012.