viernes, 4 de enero de 2013

Aún nos quedan oasis

Quiero compartir, en estos primeros días del año, un texto que escribí en diciembre del año 2007. Veo que todavía sigue vigente... Feliz año.


AÚN NOS QUEDAN OASIS
Todavía conserva Barbastro esos pequeños oasis que acomodan al que los habita y al que viene de paso, a uno en su quehacer diario, al otro en su descubrimiento de lugares y gentes.
Oasis a los que me gusta llamar rincones. Sí, rincones. Allí donde aparece lo extraviado, donde el niño pequeño se esconde y crea su mundo, donde se acumula el polvo con el paso del tiempo, donde se amontonan los recuerdos en trastos viejos de los que cuesta desprenderse.
Si un forastero pidiera consejo para qué visitar, me quedaría pensando en mis particulares rincones. Recordaría la Catedral, San Francisco y su fuente, la Plaza del Mercado y hasta la Peñeta. Pero por encima de todos éstos que aparentan ser inmortales -y recalco: aparentan-, me vendrían al recuerdo otros oasis más placenteros: las sensaciones. En invierno el olor a estufa de leña, cruzando el recio Puente del Portillo cubierto por una espesa niebla entre sus barandas de cemento. La primavera se vería envuelta por el viento, y éste crearía nuevos sonidos azotando oliveras y carrascas y llevando consigo el sonar de los tambores que anuncian la Semana Santa. En verano, el frescor de la sombra en un paseo por el zigzaguear de los Tapiados e incluso la humedad del musgo y el salpicar de sus manantiales. Y así, tantas sensaciones como días tienen las estaciones que me gustaría compartir con ese hipotético forastero.
Pero los sentidos están ligados a la imaginación y de esa sensibilidad cada uno sabe lo suyo. Los sentidos despiertan a la imaginación, y ésta motiva a los anteriores. Tan personal que es tarea difícil compartirlo. Sólo un buen escritor o un buen contador de historias sabría hacerlo. Y nuestros mayores lo consiguen. Nos hacen partícipes de sus vivencias, de sus peripecias en esos rincones de Barbastro. Hasta darnos cuenta que, pese a lo fugaz de la vida, hay legados, herencias que nos dejan para su recuerdo. Quizás no sentiremos lo que ellos, pero nos han transmitido esos lugares ofrecidos ahora a nuestros sentidos y nuestra imaginación.
Deberíamos lamentarnos de perder con los años esa capacidad propia de imaginar, pero más debería dolernos el acabar con los pequeños detalles, los rincones que mueven el motor de los sentidos. Si bien la merma de facultades es irremediable, sí que podemos poner los medios para evitar acabar con los lugares, rincones, oasis o como queramos llamarlos. Y no hay excusa ni resignación sino la capacidad de imaginar otras soluciones y así crear nuevos rincones: imaginar soluciones no es soñar lo inalcanzable, sino poner en práctica soluciones imaginativas.
Soluciones que hubieran evitado acabar, por ejemplo, con la Estación del Ferrocarril imaginando un vial en un sentido delante y otro en sentido contrario detrás de la misma, rodeando sus escaleras de vegetación y con su elegante palmera, como en el mejor de los oasis.
Soluciones que se han de poner en práctica para que lo práctico no sea agrandar, alinear, destruir, sino conservar y adaptar a nuevos usos. Soluciones para el siguiente oasis en riesgo: los Tapiados.
Mientras unos imaginan, donde antes pisaban las vías del tren, sendas verdes en las que pasear tranquilamente a pie o en bicicleta, otros parece que preferimos ver estos y otros lugares agonizar, morir. Es inaceptable ser espectadores de la piqueta. Los Tapiados, en su agonía como mero paso de coches a los huertos o a las fincas, reclaman que los imaginemos como una vía donde convivan motor y paseo. Reclaman ser una vía de un solo sentido. Reclaman a nuestra imaginación un puente desde la Cospillera al Campo San Juan para unir con un vial la faraónica rotonda de Las Huertas de Suelves con la antigua entrada a Barbastro bajo las Capuchinas. Unir Barrios.
Los Tapiados, en su personificación, prefieren seguir viejos pero dignos, con esencia. Piden seguir viendo pasear a los barbastrenses junto a la hierba de su senda y acompañarlos hasta su huerta o a visitar a su viejo amigo el Puente de Santa Fe, con el que querría ser recordado no por la amenaza que hoy les acecha (*), sino para otros menesteres.
Protección en todo caso para estos viejos amigos que nos hablan, al igual que nuestros abuelos, de tiempos pasados. De lo que aquí hubo. Una voz que nos reconforta. Como un oasis en el desierto.

(*) Se está elaborando un plan urbanístico para mejorar el trazado del Camino de los Tapiados que acabará con los muros que le dan nombre.
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En esta entrada, me permito añadir varias imágenes que hacen un recorrido visual por los Tapiados, tomadas en este último año 2012.